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El secreto para ganar todas tus batallas

Reflexión: De rodillas, la batalla es ganada

Hay momentos en la vida en los que las palabras sobran, en los que los problemas nos sobrepasan y sentimos que ya no podemos más. Has luchado, has corrido, has intentado resolverlo todo por tu cuenta, pero nada parece funcionar. Es allí donde Dios te llama a detenerte, a bajar la mirada y doblar las rodillas. Porque el secreto de la verdadera victoria no está en la fuerza, en la estrategia ni en el esfuerzo humano, sino en la humildad de un corazón que se postra delante de su Creador.


Jesús mismo nos mostró este camino. El Hijo de Dios, el Rey de reyes, el Todopoderoso, se arrodilló para orar. En Getsemaní, en Su hora más difícil, cuando la angustia lo sofocaba, Él no discutió, no huyó, no peleó... simplemente se inclinó. Su oración de rodillas no era una señal de rendición ante el enemigo, sino un acto de absoluta confianza en el Padre. Y allí, en esa entrega total, se fortaleció para la prueba más grande de todas: la cruz.


Si Jesús, el Santo, el Justo, el Perfecto, necesitó arrodillarse en oración, ¿cuánto más lo necesitamos nosotros? Si Él halló fuerzas al clamar de rodillas, ¿dónde crees que encontrarás la tuya? La oración no es un último recurso, es la estrategia más poderosa de batalla. No se trata solo de pedir, sino de ponerse en la postura correcta ante Dios, de reconocer que sin Él no podemos ganar.


Tal vez sientes que ya no puedes más. Que tus fuerzas se agotaron y la batalla está perdida. Pero aún no has perdido mientras tengas la capacidad de doblar tus rodillas. Porque cuando te arrodillas, Dios se levanta. Cuando te postras, Él pelea por ti. Cuando entregas la lucha en Sus manos, Él se encarga del resultado.


No te resistas más. Ríndete, pero ríndete a Dios. Deja de pelear solo, deja de cargar con un peso que no puedes sostener. Dobla tus rodillas, inclina tu corazón y confía. La batalla no se gana con la espada, se gana con oración.


Oración: De rodillas, la victoria es segura

Señor amado, hoy me acerco a Ti con un corazón quebrantado, con un alma cansada de luchar. Las cargas son muchas, los problemas me sobrepasan, y siento que mis fuerzas me abandonan. Pero hoy entiendo que la verdadera fuerza no está en mi capacidad de resolverlo todo, sino en mi capacidad de rendirme a Ti.


Como Jesús en Getsemaní, me arrodillo en Tu presencia. No porque haya perdido, sino porque confío en que Tú tienes el control. No porque me rinda ante la vida, sino porque me entrego a Ti con todo lo que soy.


Señor, toma mis batallas. Toma mis miedos, mis angustias, mis incertidumbres. Pelea por mí, defiéndeme, haz justicia en mi vida. Dame la paz que necesito, la sabiduría para esperar y la fe para creer que, aunque no vea la salida, Tú ya estás obrando en mi favor.


Hoy, de rodillas, declaro mi victoria en Ti. No porque mis problemas desaparezcan de inmediato, sino porque sé que Tú estás en el trono, gobernando sobre cada situación que me atormenta.


Gracias, Señor, porque no estoy solo. Porque aunque el mundo me diga que la lucha es mía, Tú me recuerdas que la batalla es Tuya.


En el nombre de Jesús, amén.

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Sergio Andres

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