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Hossana: La Humildad Triunfante de Nuestro Rey


Sergio Andres
Consejero espiritual



Imagina el escenario: una multitud vibrante, expectante, aguardando con anhelo la llegada de su Salvador. La tensión en el aire se corta con la emoción mientras las personas se agolpan en las calles, con palmas en mano, listas para recibir al Rey prometido. Los rostros, una mezcla de esperanza, asombro y reverencia, reflejan la profunda conexión que estas almas tienen con Jesús.


Es en este momento, en medio de la efervescencia de la multitud, que Jesús se acerca, no en un majestuoso corcel, sino montado en un asno, humilde y manso. ¿Cómo reciben estas personas a su Rey? ¿Qué sentimientos afloran en sus corazones al verlo venir de esta manera?


Reflexión:


Detengámonos por un momento y pongámonos en los zapatos de aquellos que presenciaron este evento histórico. ¿Cómo se sentirían al ver a Jesús, el Mesías esperado durante siglos, acercarse a ellos en humildad y sencillez? ¿Qué emociones desataría en sus corazones verlo renunciar a la pompa y la ostentación, en lugar de optar por la modestia y la humildad?


Imagina las lágrimas en los ojos de aquellos que reconocían en Jesús al Salvador prometido, al Mesías que venía a liberarlos. Siente el fervor en el corazón de quienes, cansados de la opresión y la injusticia, veían en Él la esperanza de un nuevo comienzo. Y observa la reverencia en los gestos de aquellos que comprendían que estaban ante el Rey de reyes, aunque su apariencia desafiara las expectativas mundanas.


En medio de la algarabía y la celebración, hay una lección profunda que debemos aprender. Jesús, al entrar humildemente en Jerusalén, nos enseña el verdadero significado del poder y la grandeza. Nos recuerda que el verdadero liderazgo se encuentra en el servicio, que la verdadera grandeza se manifiesta en la humildad. Su ejemplo desafía nuestras ideas preconcebidas sobre el éxito y nos invita a seguir sus pasos de amor y servicio.


 

Jesus te dice hoy:


En este momento sagrado, os hablo con amor desde lo más profundo de mi corazón. Recordad, queridos hijos, el día en que monté sobre el humilde asno y entré en Jerusalén. La multitud me aclamaba con júbilo, extendiendo mantos y ramas de palma a mi paso.


Mientras cabalgaba en ese asno, rodeado de la emoción y el fervor de la gente, mi corazón se llenaba de humildad y compasión. En la sencillez de aquel acto, os enseñé una lección eterna: el verdadero poder reside en la humildad, y la verdadera grandeza se manifiesta en el servicio.


Mirad más allá de las apariencias, mis amados hijos. No soy un rey terrenal que busca gloria y honor mundanos. Soy vuestro Salvador, aquel que os ama incondicionalmente y que está dispuesto a cargar con vuestros pesares y aflicciones.


Al montar en ese asno, os mostré el camino hacia la redención y la paz verdadera. Os invito a seguirme, a abrazar la humildad y el amor como vuestros estandartes. Que vuestras vidas reflejen mi ejemplo de servicio y compasión hacia vuestros hermanos y hermanas.


En cada paso de aquel asno, sentí el peso de vuestras preocupaciones y sufrimientos. Y en cada mirada de aquellos que me recibían con alegría, vi el reflejo de vuestro anhelo de salvación y esperanza.


Que esta experiencia os inspire a vivir con humildad y amor, mis queridos hijos. Que vuestras acciones reflejen siempre el amor inagotable que tengo por cada uno de vosotros. Recordad siempre que estoy con vosotros, guiándoos y sosteniéndoos en cada paso del camino.


Os amo con un amor eterno,


Jesús


 

Oh, Dios misericordioso,


Al contemplar a Jesús montando humildemente en un pollino, mi corazón se llena de gratitud y asombro. En este acto de humildad y amor, veo la profundidad de tu plan divino, tejido con hilos de compasión y redención.


Padre celestial, al ver a tu Hijo entrar en Jerusalén rodeado de la alegría del pueblo, puedo sentir la suavidad de tu mano guiándonos hacia la verdad y la luz. En cada paso de ese asno, encuentro la promesa de un amor incondicional, dispuesto a cargar con nuestras cargas más pesadas.


Que esta imagen de humildad y mansedumbre permanezca grabada en mi corazón, recordándome siempre tu amor sacrificial y tu deseo de caminar a nuestro lado en cada momento de nuestra vida. Permíteme seguir el ejemplo de Jesús, abrazando la humildad y el servicio como pilares de mi existencia.


Que en cada encuentro con los demás, pueda reflejar la misma compasión y amor que Jesús mostró al montar en aquel asno. Que mi vida sea un testimonio vivo de tu gracia redentora, extendiendo mis manos en ayuda y mi corazón en perdón.


Oh, Dios amoroso, que mi devoción sea como las ramas de palma que fueron agitadas con júbilo aquel día, elevando mi alma en alabanza y adoración hacia ti. Que mi amor por ti se manifieste en cada acto de bondad y en cada palabra de consuelo que comparta con mis semejantes.


En tu nombre, oh Señor, elevo esta plegaria, confiando en tu amor eterno y en la humildad triunfante de nuestro Rey, Jesucristo.


Amén.


 

Conclusión:


Que este momento de reflexión nos inspire a recibir a Jesús en nuestras vidas con humildad y reverencia, reconociendo su poder y su grandeza, pero también su profundo amor y su deseo de servirnos. Que sigamos el ejemplo del Rey que llega en humildad, dispuestos a poner al servicio de los demás nuestros dones y talentos, y a vivir vidas que reflejen su amor y su gracia. Que así como aquella multitud en Jerusalén, nosotros también podamos aclamar con fervor: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!

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